martes, 18 de marzo de 2008

Como pez en parís



Conocíamos ya a más de un Peruano que había soñado con la ciudad de la luz, y después de muchos quebraderos de cabeza se plantaron en el barrio latino; y pasearon por la orilla del Sena, un rio de suicidas, por cierto; y vivieron su particular mayo del 68; y comieron en los ahora concurridos bistrots del lugar; y besaron a alguna francesita sin demasiado éxito; y descubrieron lo que era una hondonada, también sin pena ni gloria; pasaron por via crucis rectales; y disfrutaron de una extraña solidaridad...Martín y Ricardito, algún día hablaremos de los peruanos de París...
Y, claro, con tantas referencias quien dice que no a un viaje a la tierra de Napoleón. LLegamos un jueves, con muchas perspectivas de lluvia y las maletas vacías del todo, porque, sin trabajo, el
dinero no da para facturar.
Los primeros contactos con los parisinos fueron bastante gratos, nada que ver con lo que descubriríamos más adelante, esa extraña raza que forma el llamado gremio hostelero de la ciudad...una comunidad uraña, caracterizada por su odio irrefrenabla e irracional hacia los visitantes, que se agranda si estos son españoles y si llevan escrito en la cara "no se francés, puede tomarme usted el pelo cuanto quiera, estoy absolutamente indefenso en su planeta de sangujuelas xupasangre"

Vivimos durante cuatro días en un hostal modesto, pero con un bonito balcón desde el que contemplábamos las reuniones de vecinos en las calles, es decir, gentes de colores (vamos, todos macronegratas) reuniéndose al caer la tarde, después del trabajo. Según Javi es porque así recuerdan el modo de vida de sus países de origen, en los que la prisa no forma parte de su agenda, y donde la calle es la sala de reuniones. Dormíamos en un quinto piso sin ascensor con ducha y dos toallas, que luego pasó a ser un segundo piso sin ascensor con ducha pero con una sola toalla, momento en el que descubrimos que el dueño del hostal y sus ecuaces no tenían ningún tipo de intención de ser amables con nosotros, ni colaborar en la solución de algunos de los problemas que nos iban surgiendo, e aquí la pérdida de uno de mis pantalones (prestados por bibiana) o la falta de algo con que secarnos, entre otras muchas cosas que no merecen especial atención.

Pero está bien que París fuese algo más que una estricta programación turística (que también, of course, madamme), que no solo descubrieramos la imponente Torre Eiffel; el inaccesible Arco del Triunfo; el interminable Louvre; Notre Dame... Porque para dos monolingües despistados, París puede ser siempre un poquito más que para cualquier otro. Me guardo en los bolsillos la noche en las escaleras de Montmatre, escuchando Bamba Bamba al son de una voz familiar, cerveza en mano; me quedo con el paseo por el Sena de noche; con Ricardito, que me acompañó en forma de libro por París; con el capuchino en Saint Germen Des Press ( sigo sin saber francés, claro); con mi guía, que me trajo de vuelta a casa sana y salva; con la pequeña sonrisa de la Mona Lisa y Javi loco por descubrir como funcionan los audífonos; con el jamón, que no es serrano, anna, que es ahumado; con los billetes de metro sobre la tumba de Truffaut; con la lluvia que no moja ni molesta...
Bueno, al fin y al cabo, París se deja vivir de forma exagerada, tal y como nos la mostró Martín.
Yo no quiero París sin aguacero, ni Venecia sin ti